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Arquitectura post-covid

Terraza del Sanatorio antituberculoso de Paimio (A. Aalto)

El mundo ha cambiado radicalmente en apenas unos meses. De la noche a la mañana, nuestras viviendas se han convertido en el único refugio seguro frente al virus y el confinamiento en la mejor herramienta para frenar la evolución de la pandemia. Por obligación, o por decisión propia, hemos pasado en ellas más tiempo del habitual. Vivíamos deprisa, absorbidos por nuestro día a día. En algunos casos las viviendas eran casi lugares de paso y no se valoraban aspectos tan importantes como la espacialidad, la luz o la ventilación.

Si algo hemos aprendido en este tiempo, es que la historia es cíclica. También lo ha sido la arquitectura cuando ha tenido que responder a situaciones similares. A principios del siglo XX  la tuberculosis azotaba con fuerza el viejo continente. La enfermedad se relacionaba con espacios interiores mal ventilados, insalubres, sucios y polvorientos. Como respuesta, surgen diversas corrientes arquitectónicas que confluyen en el llamado Movimiento Moderno. Se produce una auténtica revolución. Apoyándose en las nuevas tecnologías y en la industrialización, se rompe con todo lo anterior. Se proyectan edificios luminosos, ventilados, con grandes ventanales y frecuentemente levantados del suelo, con muebles minimalistas y geometrías puras que apenas acumulen polvo y suciedad. Le Corbusier, Mies van de Rohe, Alvar Aalto, Arne Jacobsen o Frank Lloyd Wright son algunos de los grandes exponentes de este movimiento.

Terraza del Sanatorio antituberculoso de Paimio (A. Aalto).

El edificio que mejor define esta relación entre arquitectura y salud posiblemente sea el Sanatorio de Paimio que Alvar Aalto proyectó en 1928 tras ganar un concurso de ideas. Finlandia estaba sumida en una lucha contra la tuberculosis. El edificio, que en origen iba a ser de tres plantas, acabó teniendo seis alturas debido a las necesidades sanitarias del país. Aalto diseñó cada rincón del sanatorio por y para los pacientes. Las habitaciones se volcaban al sur, en busca del sol terapéutico. Se estudió el sistema de ventilación de una manera totalmente novedosa. El mobiliario se detalló hasta el extremo, definiendo desde el lavabo hasta el ángulo de inclinación de las sillas para favorecer la respiración o para hacer frente a la debilidad física que causaba la enfermedad. En el último nivel se proyectó una terraza cubierta que se volcaba sobre el paisaje de manera que los enfermos pudieran disfrutar del espacio exterior y del sol sin salir del edificio. Sin sentir que aquello que habitaban era un hospital.

Silla diseñada por Alvar Aalto para el Sanatorio de Paimio.

Otro buen ejemplo es la escuela Mukegaard, de Arne Jacobsen en 1951. El edificio supuso una ruptura con la arquitectura monumental que hasta entonces dominaba en la construcción de espacios docentes y en su diseño se valoró (de nuevo) la orientación, la luz, la ventilación o la relación interior-exterior. Los patios jugaban un papel importantísimo, permitiendo que las aulas se abrieran completamente para ventilar o que incluso se trasladaran al exterior.

¿Y ahora? ¿Hacia dónde vamos? ¿cómo será la vivienda post-covid?

Todavía es pronto para saberlo, y posiblemente la respuesta dependerá en gran medida de la duración de esta pandemia. Recientes estudios destacan un cambio de tendencia en nuestras preferencias a la hora de buscar vivienda tras el confinamiento. Ahora valoramos más los espacios exteriores, las terrazas,  los grandes patios o las zonas comunes en los bloques de viviendas. Se ha multiplicado la demanda de vivienda unifamiliar y se le da más importancia al confort térmico, al ahorro energético, a la ventilación, a la luz.

Los arquitectos ya intentábamos dar respuesta a todos estos aspectos, formaban parte de nuestro día a día, eran la esencia de nuestro trabajo. Sin embargo, durante esta pandemia ha surgido una nueva necesidad: La flexibilidad.

Vistas interiores del colegio Mukegaard (A. Jacobsen).

La vivienda post-covid tiene que ser flexible. Tiene que ser capaz de dar respuesta a nuestras necesidades de teletrabajo sin entorpecer el resto de actividades cotidianas. Este será, sin duda, uno de los retos a los que nos enfrentaremos los arquitectos durante los próximos años. Conseguir espacios que admitan diferentes posibilidades de uso. Espacios dinámicos, variables, adaptables a las urgencias y a los imprevistos.

¿Y qué pasa con el resto de edificios? Parece evidente que los edificios públicos también tendrán que adaptarse reduciendo en número de puestos de trabajo por superficie, controlando los aforos o incluyendo la posibilidad de adecuar espacios de trabajo al aire libre.  Posiblemente se establecerán nuevas normativas que regulen aún más la calidad del aire interior potenciando los sistemas de ventilación mecánica con filtros de partículas y recuperadores de calor.

La ciudad post-covid. De la necesidad a  la oportunidad.

Las ciudades han sido un reflejo de la historia de la humanidad. De cambios continuos. Decía Saénz de Oíza que «la historia es acumular edad sobre edad, tiempo sobre tiempo, conocimiento sobre conocimiento». Para remarcar esta idea ponía el ejemplo la cúpula de Bruneleschi en Santa María de las Flores de Florencia. Su construcción marca el origen del Renacimiento. Y lo hace sin miramientos, de una forma abrupta, apoyándose en una catedral existente y rompiendo con todos los esquemas medievales. Así nace una era nueva.

No es el único ejemplo. En 1755 un terremoto arrasó Lisboa casi por completo. Surge entonces la oportunidad de crear una nueva urbe, moderna y antisísmica. El germen de la maravillosa ciudad que hoy conocemos.

Vista aérea del colegio Mukegaard y sus patios.

En el siglo XIX Londres no disponía de saneamiento urbano para sus dos millones y medio de habitantes. El Támesis era una cloaca y el cólera azotaba la ciudad. Una obra faraónica reformó la ribera y generó un nuevo sistema de alcantarillado previendo la instalación del actual sistema de metro.

Interior de un aula del colegio Mukegaard (Arne Jacobsen).

Es evidente que las ciudades, al igual que la mayoría de nuestras viviendas y edificios, no estaban adaptadas para soportar esta situación. En muchos casos, el espacio público y peatonal ha resultado insuficiente. Las aceras y los parques se han quedado pequeños y nuestras preferencias de movilidad urbana han cambiado. Hemos sido conscientes de que las ciudades estaban pensadas más para los coches que para las personas. Sin embargo, el hecho de habernos dado cuenta, de haber descubierto estas carencias, debe suponer una oportunidad de mejorarlas. Un punto de partida.

Fotografías: Fundación Alvar Aalto / Kunst Akademiets Bibliotek – KAB

Artículo publicado en la revista CRISTASA